“Una escritura sin sentir resistencia es una escritura muerta”
Con apenas dos obras publicadas: Punto de Fuga (Alfaguara, 2007) y Contarlo todo (Mondadori, 2013), su nombre dispara elogios y polémicas en el curioso mapa de las letras latinoamericanas.
Jeremías Gamboa (Lima, 1975) llegó a la escritura como periodista cuando tenía 19 años y no pasó mucho tiempo para que se le abrieran las puertas hacia un futuro prometedor como cronista. Pero la realidad no le bastaba, por lo que 7 años más tarde renunció a la revista Etiqueta Negra, en la que llegó a ser editor general, para meterse de lleno en su verdadera vocación: la ficción.
Hoy Gamboa tiene 39. Varios de sus críticos más feroces lo han acusado de no tratar en su novela los ‘grandes’ temas del Perú o que sus editores hayan puesto vallas publicitarias anunciando su nuevo libro. Sin embargo, del otro lado están aquellos que lo han reconocido como una verdadera revelación en la literatura peruana, entre ellos un peso pesado: Mario Vargas Llosa. Algo que —más allá de las empatías o antipatías que esto pueda generar— no deja de ser notable.
Gamboa estuvo hace poco en Quito como uno de los invitados del Festival Literario – LIT 2014, Palabra de Ciudad, organizado por el Centro Cultural Benjamín Carrión. Allí presentó su novela Contarlo Todo (una historia en la que su álter ego, Gabriel Lisboa, enfrenta los embates y temores respecto a la escritura) e impartió la charla La tentación del fracaso (un claro guiño al primer tomo del diario personal de Julio Ramón Ribeyro).
Fue tras esa charla, precisamente, que se produjo esta entrevista.
Hijo de padres campesinos, Gamboa sonríe con la calidez de sus raíces ayacuchanas, pero matizadas con la seriedad y el dominio de su hablar. A cada pregunta él responde con la soltura de un león que —siendo las letras su hábitat— le resulta fácil enfrentarse con la enorme selva literaria; algo que todo escritor, al fin y al cabo, termina por hacerlo solo.
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Sabemos que, en rigor, el oficio de escritor no te lo enseña nadie; se construye leyendo, viviendo y escribiendo. En ese sentido ¿Qué aportan sus talleres a los escritores principiantes?
Es que yo no enseño a escribir, lo que hago es compartir mi experiencia con el miedo, y, específicamente, con el miedo cuando escribes. Yo desgloso esos miedos porque creo que la escritura está compuesta por dos tipos de temores. El primero —contraproducente—, que es el temor literario (a que no te publiquen, a que no te editen, o a que no seas tan brillante o talentoso como creías); y el segundo —consustancial—, que es la resistencia a revelar verdades de ti. En ese sentido, ser escritor es enfrentar un temor, o mejor dicho, hacer del temor tu brújula de trabajo. Una escritura sin sentir resistencia o sin sentir aspereza es una escritura muerta. Yo aproximo esta experiencia con la gente que participa; les doy casos, ejemplos, los motivo. No se puede enseñar a escribir, pero sí enseñar a leer. Al final cada uno va a leer lo que escribe y podrá salvarse de la vergüenza al momento de publicar.
Cuénteme sobre su dicotomía entre periodismo y literatura, ya que, si bien inició como cronista (llegando a ser editor de Etiqueta Negra), renunció a su trabajo a los 26 años, con el argumento de que el periodismo le restaba habilidades como narrador.
Bueno, sí, me restaba no en el sentido de saber contar una historia —porque el periodismo sí te da herramientas para hacerlo—, pero sí me entrenaba para contar historias de otros. Entonces, si bien me ayudó al manejo del lenguaje, el periodismo no me enseñó a enfocar mis asuntos ni a comprenderme a mí mismo y lo peor, estaba sujeto a plazos y a una mecánica que no te permite demasiado la introspección, algo que definitivamente la ficción te exige.
Por otro lado, la ficción está hecha con una gran cantidad de intuición, el periodismo no. El periodismo funciona con plazos cerrados. En Etiqueta Negra, por ejemplo, cerrábamos y cerrábamos. La ficción no funciona así.
¿A qué se refiere con intuición? Lo remarco, pues, si bien el periodismo cumple con esas dinámicas tan cerradas de los plazos y la inmediatez (atroces para quien quiera profundizar el tema), no conozco a un buen periodista que no sea intuitivo.
Por supuesto, pero es que la intuición a la que me refiero es aquella en la que trabajas cosas que te laten. En el periodismo hay otro tipo de intuición, una más formal, pero claro que la hay. Yo lo que digo es que hay una mayor cantidad de intuición en la ficción por una cosa sencilla: la intuición del periodista es una intuición de oficio, una intuición frente a una historia que ya existe y que, además, sabes cómo termina. En cambio, a mitad de tu novela no sabes cómo va a terminar o en vez de dos capítulos hay treinta; en fin, creo que definitivamente no es igual.
Entonces se refiere más a la intuición frente a la historia que a la intuición como experiencia humana.
Diría que frente a ambas porque el periodismo te permite, en algunos casos, periodistas de excelente nivel como Leila Guerriero, Truman Capote, Gabriela Weiner, por citar algunos. Te permite entrar a universales, pero no es tan fácil entrar a la mente y a la piel de una persona que no eres tú. No puedes. Lo mejor en el periodismo es la interpretación. Javier Cercas lo hace maravillosamente, él interpreta porque tiene su conocimiento de lo humano, pero no está en la cabeza del personaje. Esa es la diferencia.
Ahora bien, el tiempo para la creación es determinante, para lo cual —asumo— es lo que más le restaba el periodismo.
Por su puesto, aprendí que me restaba un cierto tipo de ecualización de la intuición, pero además me quitaba tiempo. En ese sentido —claro— te lo quita el periodismo como te lo quita cualquier cosa: ser profesor, albañil o cajero. Lo que pasa es que una cosa es ser Günter Grass y trabajar como obrero y llegar a tu casa a escribir, porque escribir sería lo primero que haces luego de haber trabajado todo el día con las manos. Pero es diferente escribir todo el día periodismo y luego llegar a tu casa nuevamente a escribir. Es como acercarse por otra ventana. Escribía historias todas las semanas y cuando llegaba a mis cuentos, lo hacía bastante agotado.
A partir de su novela, usted aparece en el mapa latinoamericano como una revelación. Cuénteme sobre el proceso creativo de este libro que le tomó 5 años; algo que, de alguna forma, da cuenta de su rigor.
Bueno, sí, por el rigor y porque es una novela y las novelas te indican qué tamaño quieren tener. Tú no tienes demasiada agencia sobre eso, tú solo aceptas lo que viene. Hay un efecto que me encanta de las novelas de larga extensión y que no ocurre en las novelas breves (al que denomino ‘agujero negro’) y es que de pronto has encontrado una historia que empieza a jalar experiencias que has vivido y sientes que el hilo va creciendo y creciendo... entonces tienes que tomarte el tiempo. Yo escribí este libro en 3 años y medio, pero un año y medio trabajé solo para escribir. Sin embargo, mientras trabajaba iba pensando en el texto. Reflexionar sobre lo que uno escribe es fundamental. Mi borrador inicial tenía 900 páginas y terminó en 512.
Lo que no deja de ser particular, ya que en América Latina, en términos generales, se ha desarrollado en los últimos años una literatura con tendencia hacia formatos más breves. César Aira es un claro ejemplo; sin dejar de ser prolífico (1 o 2 novelas al año) ha desarrollado así toda su obra.
Sí, es cierto, pero antes también hubo Chéjov y Tolstói a la vez. Ahora tienes, no sé, a Stieg Larsson, a Jonhattan Franzen...
Por eso mi pregunta se sitúa en América Latina.
Sí, es verdad que en América Latina es menos frecuente, pero fíjate que los libros que más se han discutido y tal, son los dos libros de Roberto Bolaño, que son larguísimos. Ospina escribe muy largo también. O sea hay una tendencia al libro breve, por aquello de que la gente lee menos y demás, pero hay una generación de niños que está leyendo cosas de larga extensión.
Hablemos de algo inevitable. Me gustaría saber cuál es su relación con Mario Vargas Llosa, pues él ha sido uno de los que más ha elogiado su novela.
He tenido vínculos con Vargas Llosa de diferentes formas. Primero escribí un ensayo que a él le gustó mucho, cuando yo era más chiquillo. El ensayo vinculaba su novela Lituma en los Andes con una novela del escritor peruano Edgardo Rivera Martínez, llamada País de Jauja, las dos aparecieron en el año 93, ocurren en la sierra central y planteaban soluciones diferentes al problema intercultural. Así que me interesó mucho y escribí ese ensayo para postular a Estados Unidos. Tenía 27 años. Entonces llegué a la oficina de Vargas Llosa como crítico, esa fue mi primera aparición. Le gustó mucho el ensayo y para mí fue increíble, un sueño. Luego me fui a EE.UU. y escribí mi primer libro de cuentos. También empecé mi novela, pero me di cuenta de que no iba a ser doctor, que tenía que volver a renunciar y regresar a Lima. Eso fue lo que hice. Luego lo entrevisté como periodista, junto a un amigo mío, y al final me dijo: “¿Tú quién eres?”, y le conté que era el muchacho que escribió el ensayo. Me felicitó, nos despedimos y más tarde le envié mi libro. No sabía que lo iba a leer, era como mandar un mensaje de náufrago al mar, un disparo al aire. Mi ilusión era que estuviese en su biblioteca, no aspiraba a más. Cuando de pronto, en una entrevista que le hizo La República, en Lima, él habló de mi libro de cuentos, y entonces ahí tuvimos un nuevo encuentro, pero ya como joven escritor. A partir de eso establecimos un vínculo muy esporádico, pero muy significativo, con una curiosidad suya por saber cómo venía lo que yo escribía en la novela hasta que al final, cuando la terminé, tuvo la iniciativa de pedirme el manuscrito. Se lo di, lo leyó y lo comentó favorablemente.
También en alguna entrevista usted dijo que Vargas Llosa le llegó a tirar de las orejas un par de ocasiones. ¿A qué se refería?
Ah, sí, fue en La Nación, me refería a una vez en que yo estaba escribiendo columnas en el diario El Comercio (Perú) y en la revista Somos, él ya había sido premiado y en un almuerzo me preguntó cómo iba mi novela y le dije que no podía avanzar mucho porque estaba escribiendo columnas. Y con un rostro muy serio me dijo: “Las columnas no son literatura”. Él lo que quería era leer el libro. Me quedó muy claro que tenía que ponerme a escribir.
¿Hablan solo de literatura o también de política? Y en este último aspecto, ¿se siente afín a él?
Políticamente yo me siento de centro izquierda, pero tengo posiciones muy liberales, es que la izquierda es muy conservadora en muchas cosas, en el Perú también, y yo estoy a favor de muchas posiciones liberales de Vargas Llosa, estoy a favor del aborto, de la unión civil gay, de la exclusión de la religión de las escuelas. El tema de la política económica me interesa bastante menos. Obviamente creo en el libre mercado, pero también en mecanismos de vigilancia para que ese libre mercado no sea absolutamente desaforado. Pero no es mi tema la política.
Le preguntaba eso porque si bien su novela recibió muchos elogios, también desató polémicas. Le criticaron, por ejemplo, el hecho de no haber tratado los ‘grandes temas del Perú’, esa contraposición entre el alma andina y la costa limeña. Arguedas vs. Vargas Llosa.
Así es, en Perú hay una visión muy cerrada; una batalla a la que espero ganar con lo que escribo. Una visión muy encontrada como que hemos tenido un país muy encontrado, que ha crecido de espaldas a Los Andes. No tenemos una capital andina sino costeña y esa capital ha estado mirando siempre hacia el mar y hacia Europa. Entonces el Perú —que ha estado dividido entre un alma andina, por toda la historia colonial— tuvo su avatar literario en la polémica que los demás han querido ver sobre Mario Vargas Llosa y José María Arguedas, algo que en Perú equivale a decir ‘¿eres de la U o de la Alianza?’ Yo siempre pensé, desde muy joven, por qué no los dos, si los dos me emocionan.
¿Por eso calificó usted a su novela como conciliadora?
Creo que sí. De hecho, en la novela que actualmente escribo, mi personaje es andino y va hacia la costa. Tampoco es que voy a dar una visión edulcorada de la sociedad, para nada. Pero sí creo en la posibilidad de formular algunas propuestas de conciliación. Creo que, además, Perú es un país mucho más conciliador que el que vivió el mismo Arguedas, un país que está en proceso de muy fuertes mezclas. La clase media está creciendo y no está creciendo la clase media tradicional sino una clase media emergente, muy potente, que es la que lee; o la clase media que proviene de migraciones, como mis padres. El país está cambiando mucho de una manera muy vertiginosa y yo creo que es saludable. La literatura, desde luego, también obedece a esos cambios.
Cambios que quizá se reflejan, también, en el crecimiento de la industria editorial en Perú. Usted decía que antes su generación se formaba en Barcelona.
Completamente. En los ochenta, Perú era un páramo. Mi amigo Peter Elmore me cuenta que no había una sola editorial, o sea lo sacaban tus amigos, lo repartían con carros en 2 o 3 librerías y eso era todo. Ahora hay varios sellos independientes muy buenos y hay revistas como Etiqueta Negra o Buensalvaje, que de pronto se replican en América Latina y en España. El Fondo de Cultura Económica también ha abierto hace poco una sucursal en Lima, donde cada vez se encuentran más librerías; es una cosa increíble.
La otra polémica se refiere a la difusión, a la cuestión del marketing. Esto a partir de que su libro apareció con una etiqueta en la que decía que usted era ‘el nuevo boom’. ¿Está de acuerdo con ello?
No, me parece que hubo un boom de marketing muy bien hecho, por cierto, porque se vendió bastante. Lo que pasa es que el mercado es muy pequeño y creo que esa novela, entre otras cosas, contribuye a ensancharlo. Se criticó que en Lima se pusieran cuatro vallas para anunciar la novela. Nunca se había hecho eso para un libro. Es normal que se haga para el cine, para el teatro, para los conciertos, menos para literatura. Entonces se armó un escándalo: ¿Cómo era posible que un libro se ‘marquetee’ en las calles?, cuando en otros países eso es absolutamente normal. Por favor, los editores tienen que poner las cuentas en azul. Si creen que tienen un libro que pueden vender, quieren hacerlo. A mí me pareció algo sorprendente lo conservador que puede llegar a ser ese —como llamarlo— ‘top literario peruano’; lo mezquinos que fueron conmigo, porque a fin de cuentas todo esto no le atañe al libro. Si el editor consideraba que la novela no se merecía ni una valla yo no iba a hacer nada tampoco. Yo no fui el de la idea.
En cuanto a la frase del boom la sacaron de una reseña que salió en España, no es que se nos ocurrió ponerlo a nosotros, y sin embargo eso habla del pequeño mercado de Lima. Creo que el siguiente autor peruano que haga una gigantografía la va a tener más sencilla. Y eso me parece bien.
Podría decirme algunas de sus influencias y afinidades contemporáneas. Sé que es difícil nombrarlos todos pero...
No, no, los tengo claritos. Creo que los escritores que más me han tocado son Philip Roth, que me encanta, pero también Hanif Kureishi y V.S. Naipaul. Roth es como el eros, Kureishi es una síntesis de manos. En América Latina están Bolaño, Vargas Llosa, Puig y Arlt, que es una figura en ascenso. Albert Fuguet, de la generación intermedia, digamos, es el escritor que más me interesa. Fabián Casas también. Y leo contemporáneos que me encantan: Sergio del Molino, Antonio Ortuño, en fin, la lista sigue.
Y para terminar, ya que empezamos hablando de miedos en la literatura, cerremos el ciclo. ¿Cuál es el suyo?
Miedos, ya no tengo ninguno. Antes tenía uno muy fuerte, que era el miedo de decir ‘bueno, y después del libro qué’. Ahora sé la respuesta: escribir.
¿Y resistencias, las tiene?
Eso sí, todas las del mundo.