Ecuador / Lunes, 29 Septiembre 2025

Por las calles de La Habana

Calle del barrio El Vedado. Foto tomada del blog vedado-habana.blogspot.com.
Especial

Cuando el Benny Moré y la Celia Cruz cantan, las Antillas enloquecen, el Caribe arde en fuego y la fiesta se prende en el mundo.

Cuba, ‘la del claro cielo, la del verde suelo y el ardiente sol’, es música. Las caderas de sus mujeres mulatas, negras o blancas, se mueven cimbreantes compitiendo en cadencia con las frescas palmeras. Las olas del mar les ponen una gigante coreografía y las besan a su paso con pétalos de agua.

Aquí todo es ritmo y tambor. La gente tiene el son metido en la sangre, como si fuese colesterol.

Cuba, escultura mulata tendida en el mar, es dueña de innumerables géneros musicales, pero el que mejor representa la idiosincrasia y cultura de esta tierra es el son.

 

Yo soy el son cubano, todos

me bailan contentos,

se divierten como hermanos,

soy guajiro, monte adentro…

 

Cuba es una consola musical en la que se mezclan los sonidos de los más variados instrumentos con miles de voces incomparables que le han dado prestigio universal.

En Cuba, “si levantas una piedra encuentras un músico talentoso”.

 

El primer bolero

Si bien es cierto que el bolero, el ritmo más bello de todos, tiene su origen en España, fue en Cuba donde adquirió su auténtica personalidad, aquella con la que hoy lo conocemos.

El primer bolero cubano y latinoamericano fue compuesto por el sastre José Sánchez, un mulato que no tuvo formación académica musical, pero que, a la par que cortaba y cosía la tela, cantaba con su voz de barítono e impartía clases prácticas de música, hasta que se convirtió en un maestro de gran prestigio en toda la isla.

A ese primer bolero, realizado en 1883, lo llamó ‘Tristeza’.

 

Tristeza me dan tus penas mujer,

profundo dolor, no dudes de mí,

no hay pena de amor que entrever

cuanto sufro y padezco por ti.

 

El avión de Copa despega del Mariscal Sucre a las 18 horas y 25 minutos. Tras una escala en Panamá, aterriza en el aeropuerto de La Habana a las 24 horas.

Antes de salir a tomar un taxi para que nos traslade a nuestro destino de hospedaje, me acerco a la ventanilla que me indica un guardia y cambio unos dólares en moneda nacional (CUC).

El auto que nos traslada a la casa de la señora María de Masjuan, calle 27 con L, barrio El Vedado, me cobra 20 pesos. La radio del vehículo está prendida y la emisora en sintonía nos deja escuchar en el trayecto tres boleros muy conocidos para mí, los que he repasado en mi vida más veces que el Padre Nuestro. Mientras viajo en el auto, tengo que recordar varias veces que estoy en Cuba, la cuna del bolero.

 

Las casas de El Vedado

El chofer me dice que ya estamos en el barrio El Vedado. Yo presto atención y me impresionan gratamente sus calles, sus casas, los viejos árboles y las lámparas que alumbran todo. El reloj marca la 1 y 15 de la mañana y la ciudad luce apacible y dulce como una bella mujer. El auto nos deja en la dirección indicada y se va cuando ya ve que nos reciben en la puerta. Me asomo por la ventana de la habitación que nos han asignado y después de unos minutos decido salir a caminar por las calles cercanas.

Camino un poco para un lado y otro por esas calles arboladas. Siento que el silencio entona una sinfonía grata para el alma.

Creo escuchar y hasta ver poesía, canciones y versos flotando en el ambiente y dan ganas de tomarlos como si fuesen exquisitas frutas.

Tengo la impresión de que aquí, en estas calles, he vivido siempre. Contemplo los árboles y los veo viejos, canosos y sin zapatos.

A pesar de que sus raíces están al aire, lucen altivos y orgullosos. Orgullosos de haber sido testigos de la historia de su patria.

Imagino, mientras camino a paso lento, que las personas que habitan todas las viviendas que contemplo mañana querrán verme para hablar de los años o siglos que he estado ausente de casa y que querrán entonar conmigo las canciones de Osvaldo Farrés, del ciego Arsenio Rodríguez o de la negra Isolina Carrillo.

Cuando amanece vamos muy temprano a desayunar al Hotel Colina, que está al frente de nuestra posada. Luego nos disponemos a caminar sin descanso y cuando sea necesario a abordar un taxi lila de los años cincuenta.

No es posible andar deprisa porque todas estas casas merecen mucha atención. La mayoría son señoriales, palacetes o monumentales residencias de los más variados estilos de épocas pasadas.

Se me ocurre que estas casas lucen como novias que un día muy lejano se vistieron así para ir al altar y que aún esperan a su prometido. Sus vestidos de hermosas telas, con encajes de seda y botones brillantes, están ya desteñidos. Las flores colocadas al pie de las novias suspiran para no morir de amor.

Cuando uno se pone al frente de ellas parece que quieren hablar, estrenar de nuevo sus labios o contarnos una historia.

El barrio El Vedado alcanzó su esplendor en la primera mitad del siglo XX, y es considerado un modelo de desarrollo urbano. Es muy visitado por arquitectos de todo el mundo.

Hoy, se trata del corazón de La Habana.

 

La Habana vieja

Nos dirigimos a la Habana vieja. Llegamos a la calle de Obispo y en uno de sus bares tomamos una cerveza Cristal mientras escuchamos un conjunto musical que entre otras canciones interpreta ‘Siboney’, de Ernesto Lecuona (1896-1963). Lecuona fue, quizá, el compositor cubano más famoso de esta isla.

Una muchacha de pelo negro y largo que se halla en otra mesa acompañada por un hombre con pinta de europeo me hace disimuladamente un guiño con uno de sus bellos ojos.

Yo, como pago, le dibujo una media sonrisa.

Y no más.

Almorzamos en el salón Floridita, famoso porque aquí pasó mucho tiempo comiendo y tomando cerveza el premio nobel de literatura Ernest Hemingway, autor de El viejo y el mar y Por quién doblan las campanas.

En las librerías viejas compro discos LP que no han sido usados, a pesar de que son antiguos y lucen carátulas descoloridas.

Caminamos por todo el centro viejo y luego vamos por el malecón. En el muro de una casa leo una placa que dice: “En este lugar tuvo lugar la presentación del bolero más grande del mundo, que empezó el jueves 21 de junio de 2001 a las 10:50 p. m. y terminó el 25 de junio a las 2:50 a. m. Se presentaron 498 artistas cubanos y 74 extranjeros. Se interpretaron 2.175 canciones”.

 

El son Maracaibo

Al amanecer de otro día, escucho en la legendaria emisora Progreso a un periodista que relata anécdotas de Benny Moré, las cuales se las había contado un amigo suyo, un tal José Castañeda, amigo de Benny, el ‘Bárbaro del ritmo’. Descubro que la emisora está a tres cuadras de mi posada y voy a localizar al periodista. Se llama Juan Esteban Nápoles. Me identifico y le pido que me conecte con Castañeda. Lo llama al celular y Castañeda le dice que a las cinco de la tarde me espera en el Patio Egrem. Voy a la cita. En la puerta ya saben que vamos y nos dejan pasar. Hay muchas mesas con gente tomando cerveza y ron. Es viernes y toca un conjunto. Me entero de que Castañeda es un consagrado músico, esta vez invitado de honor. Un muchacho nos conduce a Castañeda y a mí a una vieja y pequeña sala.

Voy al grano del tema y le digo:

—¿Usted fue amigo de Benny Moré?

—Cuando yo me ganaba la vida como albañil, era músico y compuse una canción a la que llamé ‘Maracaibo’. Benny la escuchó y la grabó con un éxito grande, y en razón de ello me bautizó como Maracaibo. Perdí mi nombre porque todos me llaman desde entonces Maracaibo, y hoy casi no recuerdo mi verdadero nombre…

La voz del anciano músico era muy baja y la bulla de la orquesta no me permite escuchar bien otros pasajes que me contó del gran Benny Moré.

Nos invitan a una mesa y nos brindan cerveza. La orquesta toca ‘Santa Bárbara’ mientras una negra contorsiona su cuerpo, primero de pie, luego arrodillada y después tendida en el suelo. Me tomo con prisa el resto de cerveza y le digo a mi mujer que nos escapemos antes de que la negra me saque a bailar o Changó, dios de la religión yoruba, me posea sin más ni más.

 

Santa Bárbara bendita ,

para ti surge mi lira,

y con emoción se inspira

ante tu imagen bendita.

Que viva Changó.

Que viva Changó,

   Que viva Changó, señores…