Nelly Witt: “Posibilitar la creación para movilizar las emociones”
Comenzó su carrera de gestora de artes desde el momento en que contrajo matrimonio con el artista ecuatoriano Luigi Stornaiolo. Desde entonces, como galerista y gestora cultural, Nelly Witt Vorbeck ha coordinado innumerables exposiciones, no solo de Stornaiolo, sino de otros artistas ecuatorianos dentro y fuera del país; muchas de ellas, como parte de su trabajo en dos misiones diplomáticas, una en Italia y la otra recientemente en Argentina. Tiene un Diplomado en Gestión en Política y Comunicación Cultural en Flacso Argentina. Nelly Witt es una de las mujeres ecuatorianas que muchas veces, desde el trabajo silencioso, ha movilizado el trabajo creativo de su pareja.
Me llamó la atención el título de un artículo que aparece en una imagen que utiliza actualmente en su portada de Facebook: “Nelly Witt. Musa y Promotora de Arte”. ¿Se siente identificada con esta definición?
A mí me causó sorpresa esta definición. Me reí montones. Promotora de arte he sido siempre, me gusta, mi amor al arte es innato y también esa sensación inexplicable que me causa hacer algo por la cultura sobre todo cuando he estado fuera del país. Lo de ‘musa’ fue lo que realmente me provocó una sonrisa. La palabra ‘musa’ suena muy poética, pero ya cuando se la conoce, se sabe que conlleva muchas cosas: desde el trabajo en tareas domésticas hasta labores más complejas.
¿Fue la musa de Luigi Stornaiolo? Supongo que de ahí surgió la idea del título de ese artículo.
Si es que realmente fui la musa, bueno, qué bonito. Quiero decir que no solo la mujer ha jugado ese rol de musa. La musa es la inspiración del artista, aquello que le incentiva a pintar, a componer canciones, etc. Pero también puede ser ‘el muso’, aunque nunca se ha escuchado decir. La musa o el muso es quien te lleva a sentir la necesidad de crear. Pero como vivimos en una sociedad machista, creo que se coloca solo a la mujer en ese rol.
Inicia su carrera de promotora cultural, con una gestión, digamos, más empírica, movilizando la obra de Stornaiolo…
Cuando nos casamos, nos fuimos a vivir con Luigi a la Mitad del Mundo, apartados de todo. Ahí me tocó apoyarle totalmente para que él pueda, en primera instancia, alejarse de todos los amigos que le iban a timbrar y le decían: “Vamos a dar una vueltita”. Decidimos que nos íbamos a alejar y lo hicimos con el objetivo de que él entregara todo su tiempo a la pintura. Fue un sacrificio para mí. Para entonces, yo había vivido en Australia y Europa y estaba siempre viajando de un lado a otro por el mundo y de pronto me vi metida en un rinconcito, en un pueblito. Fue realmente sacrificada esa entrega para que Luigi llegue a ser el gran artista que es ahora.
¿Qué tuvo Ud. que ver en todo ese proceso encaminado a la consagración artística de Stornaiolo? ¿Qué hizo para que eso sucediera?
Principalmente fue un gran apoyo, el estar ahí, siempre al lado de él. Preocupada de que todo esté en orden: la casa, las hijas, la comida, que él se sintiera bien en un espacio donde no le faltara nada.
¿Cree que algunas mujeres, parejas de artistas, han sido quienes han creado y posibilitado ciertas condiciones materiales y emocionales para que esos trabajos creativos artísticos puedan suceder?
Yo diría que la mayoría de mujeres. Si te pones a investigar cuántos hombres hicieron eso por una mujer, me imagino que el número sería mucho menor. La mujer es fundamental en la vida de un artista. Claro, hay artistas que se han quedado solos, como Paul Gauguin, por ejemplo, aunque siempre tuvo sus mujeres. Creo que es importante nuestra presencia porque el arte necesita disciplina, y sin ese orden, los artistas se quedarían a mitad de camino.
Comienza, entonces, su carrera de promotora de arte con un trabajo más empírico…
Sí, así es, ese es el comienzo. Luego mi carrera se fue dando con el tiempo, con los estudios, con las lecturas y con la práctica misma. Mi gusto por el cine, por el arte, estuvo siempre ahí, pero mi entrega a esta tarea inicia con mi matrimonio con Luigi, y mi oficio se va configurando en el día a día con él.
¿En qué consistía esa “gestión empírica” del día a día con Stornaiolo?
Primero, ejercía una crítica muy fuerte, siempre estaba detrás de su obra y detrás de él. Muchas veces, durante las noches, me quedaba acompañándole, dándole masajes, leyendo, mirando y opinando. Y luego, lo que hacía con un gusto impresionante, porque soy viajera, era organizar exposiciones de Luigi, dentro y fuera del país, su participación en las bienales de Venecia y Sao Paulo, por ejemplo.
Por supuesto que si él no hubiera sido un buen artista, no habría sido tomado en cuenta. Por suerte no me tocó golpear de puerta en puerta; él muy rápidamente fue ganando su espacio como artista, demostró un poder impresionante con el pincel y su obra gustaba e impactaba. Entonces, lo que hacía era llevar una carpeta, la enseñaba, me movía en distintos espacios a los que llevaba este dossier, aunque no necesitaba dedicarle tiempo a esta tarea porque Luigi ya era muy conocido. Lo más difícil del día a día con él era cuando tenía que preparar una exposición. Luigi con su carácter muy espacial, llevaba la situación al borde del abismo como él mismo decía. Era agotador, pero también interesante; se vivía intensamente.
Hay que decir también que se refiere a un momento dinámico del mercado del arte en la escena quiteña, con espacios como La Galería, la conformación de colecciones de bancos privados…
Sí, por supuesto. Betty Wapenstein, con La Galería, fue una de las promotoras de arte más importantes. Su espacio tuvo un movimiento cultural impresionante, el mejor de todos. Ella se encargaba de que los artistas pudieran salir fuera del país. Cuando llegué a su oficina por primera vez, le pregunté si conocía a Luigi Stornaiolo; me dijo que sí, pero que tenía que esperar 2 años para que Luigi pudiera exponer. No importa, le dije, no tenemos apuro, pero si es un año, mejor. Y así fue. Luigi se fue enrolando en La Galería y las cosas se fueron dando.
¿Luigi era capaz de ir a negociar a una galería, de concretar reuniones, citas, etc.?
Jamás. Ni de llamar por teléfono. “Dé llamando, negrita”, me decía.
Aquí veo que hay un imaginario social que ha reproducido la idea que marca una división del trabajo cultural: por un lado, el intelectual hombre creador, dedicado a ‘pensar’, a un trabajo más elevado, digamos así, y por supuesto, que goza del reconocimiento social, mientras la mujer se ocupa de las tareas administrativas, de lo cotidiano, de lo banal, a veces no remunerado, que sostiene esas prácticas creativas.
No, no creo, porque también hay artistas que se dedican por sobre todas las cosas a esas tareas ‘banales’. Depende de las mujeres que aceptan eso y de las que dicen no. Conozco a varias mujeres que no aceptaron ese rol. Yo sí me dejé llevar por esa fantasía del artista y de que el artista era alguien sublime. Yo sí creía en eso. Ahora ya no. En este punto quiero decir, además, que en un medio machista como este, el arte le ha servido al artista como una ‘corona’ que lo exime de muchas de sus faltas.
Insisto en la idea de que varios artistas que han conseguido reconocimiento en el país, han tenido a su lado como movilizadoras a sus parejas: pienso en Luce de Perón con Guayasamín; en Nicole Rouan con Adoum; en Ud. con Stornaiolo, por citar unos ejemplos…
Si quieres decir que sin ese apoyo habría sido mucho más difícil para el artista llegar a donde llegó, definitivamente, fue muy importante nuestro trabajo. Y no estoy siendo feminista. Este trabajo no era remunerado; la remuneración estaba en la emoción: cuando yo veía que la exposición era un éxito, que el efecto causado en el público era positivo.
Tal vez el hecho de que no pude pintar, aunque amaba la pintura, no pude cantar o actuar, que fueron mis pasiones juveniles, se volcó en buscar esa sensación gloriosa a través de otra persona, que además amaba. La alegría era doble. Además de las mujeres que tú mencionas, en mi generación están otras: Susana, la pareja de Hernán Cueva; Yolanda Cárdenas, quien fue pareja de Marcelo Aguirre; Dayuma Guayasamín, pareja de Miguel Varea. En el caso de ellas, las tres son artistas.
Al otro lado de la moneda están los casos de esas mujeres (sobre todo más jóvenes) que no tienen el menor pudor de estar al lado de un artista famoso, porque sueñan con llegar a tener un poquito de esa fama.
Me decía que en el trabajo de promoción cultural se necesita una cierta sensibilidad que tenemos las mujeres. ¿A qué se refiere?
Sí, creo que somos más sensibles. Esta sensibilidad va unida al arte. Me da la impresión de que el hombre va más directamente al objetivo, de hacer, de crear, la mujer creo que tiene la sensibilidad para promover. Te hablo desde mi experiencia.
Esto tiene que ver quizás con la economía de los afectos: las mujeres tenemos un capital fundamental en esas emociones, en los afectos que podemos movilizar, la capacidad de construir y mantener vínculos.
Sí, exactamente. La promoción cultural requiere sobre todo de movimiento, no te puedes quedar sentada. Y eso he hecho en más de 20 años. Ahora los artistas me dicen: “Nelly, ponte una galería de arte”. Llegué a vender obra de varios artistas, no solo de Luigi. Esa venta me dejaba y me deja una ganancia porque sigo comercializando obras de arte. Me gustaría llegar a tener un espacio cultural como fue La Galería que tan bien dirigió Betty Wapenstein. Ella le daba valor al artista, a diferencia de espacios que solo se dedican a hacer dinero. En eso me identifico con ella.
Para cerrar quiero que mencione las experiencias de promoción cultural de todos estos años que considera más significativas en su trayectoria.
Primero, hace poco en Argentina, además de varias exposiciones que coordiné, lo que más me llenó fue el último evento que organicé como Agregada Cultural de la Embajada de Ecuador en Argentina: ‘Buenos Aires celebra Ecuador’.
De las exposiciones del Luigi, las que me más me llenaron fueron las primeras, cuando se le empezó a reconocer como artista. Y luego, las bienales y la retrospectiva que organizamos con el Centro Cultural Metropolitano. Sin embargo, quiero decir que nunca me interesó sinceramente estar en primera fila, ni que me reconozcan algún mérito. Nunca.