Ecuador / Martes, 30 Septiembre 2025

Jenny Londoño: reencarnaciones

Poesía

Jenny Londoño es escritora, historiadora y socióloga (Guayaquil, 1952). En sus textos ha agenciado una posición sobre la importancia del papel de la mujer en la poesía ecuatoriana, dentro de uno de los temas académicos que últimamente es asignatura para el debate en universidades de posgrado: Literatura y género. Dicho tema comprende la reivindicación de la mujer como creadora literaria. Quizá quepa decir que Jenny Londoño ha planificado programas de capacitación y promoción de las artes populares en Esmeraldas, Montecristi, Tena y otras ciudades del país. También ha investigado sobre los aportes y la presencia de las mujeres en la Historia —así, universalmente—.

Su poema ‘Reencarnaciones’ obtuvo el primer premio en el concurso de poesía Gabriela Mistral, realizado por el Club Femenino de Cultura, el Ministerio de Educación y la Embajada de Chile, en Quito, en 1992, y ha sido ampliamente difundido en Internet. Una de las versiones correctamente trabajada desde la recitación (cuasi lectura dramática) y la visualidad (las imágenes que se articulan al poema) es la que está a cargo de la argentina Andrea Podestá y se puede encontrar fácilmente en YouTube.

En este texto realizaré un ejercicio hermenéutico acerca de algunos fragmentos de ‘Reencarnaciones’ a partir de la interpretación rica e intensa que plantea Paul Ricœur en El mundo del texto y del lector: “El autor aporta palabras y el lector la significación [pues] todo texto, aunque sea sistemáticamente fragmentario, se revela inagotable a la lectura, como si, por su carácter ineluctablemente selectivo, la lectura revelase en el texto un lado no escrito”(1).

Primero aparecen dos sólidas imágenes para describir una voz que se levanta en el silencio: “Vengo desde el ayer, desde el pasado oscuro,/ con las manos atadas por el tiempo,/ con la boca sellada desde épocas remotas. El llanto de la mujer es propicio así como el rostro que muestra los bellos ojos y esconde los labios. El miedo es una invención que todo ser humano re-tiene o sostiene en mayor o menor medida: “Vengo de lo profundo del pozo del olvido,/ con el silencio a cuestas,/ con el miedo ancestral que ha corroído mi alma/ desde el principio de los tiempos”.

Londoño rememora la esclavitud femenina histórica y la contrapone a su deseo de liberación. Toma nota de la cosificación que ha sufrido la mujer en las diferentes civilizaciones y discurre sobre esa mujer/objeto que ha sido humillada hasta el paroxismo. Se puede ver la efigie de una niña africana ajustada a un instrumento de sometimiento y tortura así como una niña con sus pies atrofiados a propósito para satisfacción de la mirada masculina en el imperio japonés: “Vengo de ser esclava por milenios./ Sometida al deseo de mi raptor en Persia,/ esclavizada en Grecia bajo el poder romano,/ convertida en vestal en las tierras de Egipto,/ ofrecida a los dioses de ritos milenarios,/ vendida en el desierto/ o canjeada como una mercancía”.

En este momento del poema la temática (isotopía del texto) se conecta profundamente con el propósito del discurso. La reencarnación se expresa en esas vidas que han recorrido el mundo en varios caracteres y valores, en virtudes y defectos. La voz poética de la que se sirve Londoño apunta a encarnar a los hombres y a las mujeres con el objeto de ‘pagar’ sus errores para encontrar, al fin, quizás, un equilibrio. Sin rencor: “He recorrido el mundo en millares de vidas/ que me han sido entregadas una a una/ y he conocido a todos los hombres del planeta […] Estuve cerca de unos y de otros,/ sirviendo cada día, recogiendo migajas,/ bajando la cerviz a cada paso, cumpliendo con mi karma”.

Un próximo pasaje retrotrae a las miles de mujeres condenadas como Juana de Arco. También menciona esos estereotipos que han sido refrendados por la literatura universal: Lolita (la niña pervertida) de Vladimir Nabokov o Justine (la ninfómana) del Marqués de Sade: “He conocido el odio de los inquisidores,/ que a nombre de la “santa madre Iglesia”/ condenaron mi cuerpo a su servicio/ o a las infames llamas de la hoguera./ Me han llamado de múltiples maneras:/ bruja, loca, adivina, pervertida […] seductora, ninfómana,/ culpable de los males de la Tierra.”

En el texto poético la mujer se identifica (reconoce su identidad) con su pasado aborigen. Habla de la violación de su lengua ancestral y de sus creencias. De dicha violación deduce el surgimiento de una sangre nueva: el mestizaje: “Logré sobrevivir a la conquista/ brutal y despiadada de Castilla/ en las tierras de América,/ pero perdí mis dioses y mi tierra/ y mi vientre parió gente mestiza/ después que el castellano me tomó por la fuerza”. Reconoce su territorio político. Vuelve a sus oficios en una imagen múltiple. Las metáforas le sirven para ser una y todas las mujeres. Encarnación: “Y en este continente mancillado/ proseguí mi existencia,/ cargada de dolores cotidianos […] Después fui costurera,/ campesina, sirvienta, labradora...”. Hasta que el texto poético llega a un punto de inflexión. La intersubjetividad poética se revela de su condición sumisa para dejar la dulzura y volverse violenta. Se junta a sus congéneres. Se fragua la encarnación: “Y un día me dolí de mis angustias […] y convertí mi voz dulce y tranquila/ en bocina del viento/ en grito universal y enloquecido […] Vinieron miles de mujeres juntas/ a escuchar mis arengas”. La voz femenina se ha juntado a otras, ha crecido descomunalmente, se ha vuelto incontenible torrente. Se ha equiparado al género masculino: “Y formamos con todas nuestras quejas/ un caudaloso río que empezó a recorrer el universo/ ahogando la injusticia y el olvido […] Las mujeres, por fin, lo descubrimos/ ¡Somos tan poderosas como ellos!”.

La voz se vuelve cántico de ‘amor’ para los dos géneros. El cierre es benigno. El karma de todas las vidas se ha pagado. No hay culpa. Solo reconciliación con la humanidad. Fueron posibles, entonces, como palabras o actos de magia, las reencarnaciones: “Que este canto resuene […] Que se rompan los dogmas y el amor brote nuevo./ Hombre y mujer, sembrando la semilla,/ mujer y hombre tomados de la mano,/ dos seres únicos, distintos, pero iguales”.

El lenguaje poético en Jenny Londoño es narrativo, limpio. En él, tal como afirma Gianni Vattimo en Heidegger y la poesía como ocaso del lenguaje, hay “un eco de la palabra auténtica [en la poemática que] solo puede brotar del silencio cuando la poesía inaugura un mundo, abre y funda lo que dura cuando responde a una apelación. El acceso a lo originario en el texto se plantea como una entrada a la diferencia”(2). Dicha diferencia, a pesar de la sencillez con la que Londoño se enfrenta a la temática tratada, exige la posibilidad de la relación con lo otro (tantos ejemplos de poesía que se escriben ahora con un sinsentido propuesto desde la desarticulación del lenguaje y la incertidumbre de las ideas o las convicciones). Relación difícil pero necesaria para contrastar y elegir en una época que subsume al género poético catalogándolo muy por debajo de los requerimientos industriales de una posmodernidad ambigua y tecnologicoide en la que la belleza es una convención para imitar.

‘Reencarnaciones’ se erige como una misma entidad, la voz poética femenina, para fraguar un mundo en el que el lenguaje sirve como “principio de toda posible mutación” y consolida la rememoración en el lector (al fin, también, autor del poema) del género humano que se re-inaugura y se re-genera desde las lámparas enarboladas por la palabra o su silencio.

Notas:

1.- Ricœur, P. (2003). ‘Mundo del texto y mundo del lector’, en Tiempo y narración III El tiempo narrado. Buenos Aires: Siglo veintiuno editores, p. 883.

2.- Vattimo, G. (1992). ‘Heidegger y la poesía como ocaso del lenguaje’ (Carlos Gentile Vitale, trad.) en Vattimo, G. Más allá del sujeto. Nietzsche, Heidegger y la hermenéutica. Barcelona: Paidós.