Hervé Maigret (París, 1972) pertenece a esa estirpe de hombres que suelen apostar por lo más difícil para luego transformarlo —a través de ideas y acciones— en algo sencillo, productivo y luminoso. Eso, desde luego, la danza contemporánea lo agradece.
Con una vasta trayectoria como bailarín, coreógrafo y fundador de la Compañía NGC 25, en Francia, estuvo hace poco en Quito para cumplir con una corta residencia artística en la Compañía Nacional de Danza, que tuvo como resultado la presentación oficial del Colectivo Paralelo 0, una célula de investigación coreográfica francoecuatoriana, integrada por los bailarines Emilia Benítez y Omar Aguirre.
¿El objetivo? Estrechar lazos creativos entre ambos países, incorporando diversas disciplinas y artes a la danza.
Hervé Maigret —cuerpo leve, mirada risueña— se desenvuelve con la facilidad de un niño que no tiene miedo a decir lo que piensa en un mundo de adultos. Quizá por eso sus reflexiones —en las que prima la libertad de creación, la calidad y la horizontalidad entre colegas— lo han convertido en uno de los referentes más importantes de la danza moderna.
Hablar con él nos demuestra que la danza es mucho más amplia de lo que parece y que, sobre todo, aún nos queda un largo camino por recorrer.
La siguiente entrevista se realizó en uno de los ensayos de Confi’danse, Nosotros dos y El secreto del otro lugar, piezas presentadas en la Alianza Francesa durante el lanzamiento del colectivo. Pese al escaso tiempo y las diferencias idiomáticas (que no de lenguaje), el lector tendrá un pequeño rastro de su mente.
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Situémonos en el mapa de su vida. ¿Cómo nació su vocación por la danza y su posterior desarrollo?
Me inicié en la danza contemporánea a los 11 años, en mi ciudad natal de L’Haÿ-les-Roses, en las clases de Carole Hacker. Cinco años más tarde empecé mi carrera en danza clásica y contemporánea al lado de Robert Bestonso y Patrick Sarrazin. Entre 1990 y 1997 obtuve algunos reconocimientos en diferentes concursos, como el Premio de Interpretación Jacqueline Chaumont y el Premio de Organización al Resplandor de la Ópera de París, en el Concurso Internacional de Danza de París. Tras estudiar Historia del Arte en la Universidad de la Sorbona, estuve 7 años en el Centro Nacional Coreográfico de Nantes. Allí participé de numerosas creaciones (como Emigrantes, Nina y Avalancha) de cuatro reestrenos, y asistí al coreógrafo Claude Brumachon en la creación de Los Amantes Grises, en el conservatorio Nacional Superior de París.
¿Allí fue donde conoció a su esposa, la balarina Nathalie Licastro?
Sí, durante ese período la conocí a ella y al bailarín Stephane Bourgeois; con ellos decidí en 1998 crear mi propia compañía: NGC 25. Desde entonces, me desempeño allí como coreógrafo y director artístico, multiplicando creaciones y encuentros con el público.
¿Cuál fue su primer contacto con Ecuador? ¿Cómo se dio la posibilidad de venir?
Todo comenzó en 2009, cuando la Compañía Nacional de Danza del Ecuador (CNDE) viajó a Venezuela para participar en un festival en Maracaibo, en el que también presenté mi trabajo. Más tarde, la directora de la compañía, María Luisa González, logró traerme para el montaje de dos obras: El carnaval de los animales (2012) y El otro bolero de Ravel (2013), al que asistieron 5 mil espectadores de todas las edades. Todo eso me llevó a pensar en la posibilidad de generar un espacio abierto, no solo para compañías grandes sino para todos los bailarines dispuestos a compartir experiencias y transformarlas en propuestas transdisciplinarias.
En alguna entrevista dijo que el montaje de El otro bolero de Ravel fue su sueño desde niño y que tuvo que esperar 30 años para hacerlo realidad, porque era necesario madurar. ¿Se siente satisfecho con el resultado?
Sí. El otro bolero de Ravel es una obra que estaba en mi mente desde hace mucho tiempo; una interesante puesta en escena inspirada en el comportamiento mecánico del cuerpo de los trabajadores de fábricas textiles y en el que, sin embargo, en medio del automatismo, irrumpe la energía liberadora como esperanza colectiva. Hasta entonces había hecho coreografías durante 13 años y necesitaba madurez profesional para poder realizar este trabajo. La música —que sin duda es macabra y sensual— no permite ninguna debilidad, por lo que necesitaba un encuentro fuerte, justamente como el que se dio con los bailarines de la CNDE; con ellos sentí que era el momento de crear todo eso.
El Bolero ha sido ampliamente coreografiado. Desde su versión flamenca, inspirada en la producción de Ida Rubinstein, pasando por el montaje de Leyritz/Lifar, hasta una más abstracta, llena de carga sexual, a partir de los montajes del gran Maurice Béjart. En ese contexto, ¿cuál fue su aporte a la danza contemporánea con ese montaje?
Creo que volví al principio de lo que quería Ravel, porque cuando él compuso la música, en 1928, se inspiró en una compañía que tenía su cuñado en París. En esa fábrica había toda esa mecánica de repetición, por eso me habría gustado que el escenario fuese una fábrica, pero lo cierto es que no hubo ningún fondo; decidí quitarle un poco la parte narrativa de la historia para centrarme en lo que la música me provocaba. El escenario fueron los cuerpos mismos, que entraron en ese código de repetición pasional para luego salir, liberarse y vivir la música como un trance. Para mí fue como un himno a la libertad.
¿Tras esa experiencia volvió a su país?
Sí, volví a Francia para presentar La última danza, pero luego regresé a Ecuador para bailar con mi compañía en el Teatro Sucre. Luego compuse con la Alianza Francesa y la CNDE un flashmob (movilización coreográfica inesperada que sorprende a los transeúntes y los invita a unirse), que tuvo lugar en diferentes plazas de Quito. La idea era compartir la danza con el público, sin importar si sabían bailar o no.
El carnaval de los animales —cuyos contenidos apelan a la ironía, a la potencia y al humor— fue presentada en 2012 con 15 bailarines de la CNDE y con la participación de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador. ¿Cómo resultó el proceso de montaje?
Bueno, en este caso, toda la coreografía utilizada corresponde a la versión original, creada en 1886. El carnaval de los animales es una suite compuesta por 14 piezas que utiliza un conjunto instrumental variado; un poema musical en el que se mezclan animales, instrumentos, intérpretes, melodías e historias.
La partitura fue planeada por el compositor francés Camille Saint-Saëns como broma para un día de carnaval. Cuando vine al Ecuador noté que la celebración de esta fiesta estaba muy arraigada en la gente, por ello mi intención era mostrar que también en los teatros se puede disfrutar intensamente del carnaval.
Pero lo que más me interesaba era hacer una farsa que me permitiera nuevamente hablar de lo humano, de la relación entre los humanos. Miramos siempre a los animales en los zoológicos, pero a la final nosotros también somos animales, inteligentes y todo, pero animales al fin; y este paralelo lo dejó claro. Mi propuesta era descubrir el animal que todos llevamos dentro —en medio de un entorno lúdico y festivo— con la posibilidad del humor, la ironía y la broma enlazada a la imaginación.
Y esta vez, ¿qué proyecto le trajo al país?
La creación del Colectivo Paralelo O, una célula francoecuatoriana de investigación coreográfica. La idea fue venir por unos días a preparar algunas obras —que probablemente seguirán en construcción hasta mayo— y, al cabo de una semana de trabajo intenso, abrir un terreno y mostrar algunos fragmentos de las obras. Para ello hemos contado también con la ayuda de la Alianza Francesa. Presentaremos Confi’danse, una conferencia bailada que explica la historia de la danza de una manera muy pedagógica y a la vez divertida, Nosotros dos, un trío entre Emilia Benítez, el músico Rodrigo Becerra (su esposo) y el contrabajo; y finalmente, El secreto de otro lugar, a partir de Pulcinella (comedia del arte). Entonces, lo que estoy haciendo es encaminar el asunto para que luego ellos sigan trabajando solos. Es necesario construir la estructura para poder turnarnos, presentarla, hacer una gira; pero sobre todo que el Colectivo persista, crezca y se consolide con el tiempo.
¿Cómo se ha entendido con los bailarines durante el proceso?
La danza tiene esa fuerza de ser un lenguaje universal, prueba de ello es la colaboración con bailarines a los que no entendemos por el idioma, pero sí por el cuerpo. El cuerpo tiene la historia de nuestra cultura universal. Entonces, lo que me interesa es proponer una danza a diferentes niveles de comprensión, tanto con el equipo como con el público.
Hay que entender que yo aquí no soy ningún jefe, únicamente un puente. Todo lo que nazca va a surgir del encuentro con los músicos, los compositores, los bailarines, los coreógrafos, para que cada uno pueda aportar su cultura y que haya un intercambio de ideas y voces, pero sin competencia
Confi’danse cuenta la historia de la danza contemporánea, partiendo desde la prehistoria hasta nuestros días (pasando por nombres como Molière, Nijinsky, Martha Graham o Isadora Duncan); todo ello con un lenguaje sumamente sencillo. ¿Es esta una característica de sus obras?
Sí, de hecho es mi base artística. Lo que me interesa es llegar a distintos niveles de comprensión. La difusión de la danza no se da solo en el teatro. Con El secreto de otro lugar, por ejemplo, que es la obra basada en Pulcinella, puedes hablarle a los niños, pero también a los grandes. Lo mismo ocurre con Confi’danse, que puede presentarse en escuelas, colegios y universidades, y en todos ellos habrá diferentes lecturas. La idea es encontrar bastantes fuerzas de difusión para desarrollar la acción cultural, para dar una dinámica. En definitiva, para establecer una red
Desde su experiencia, ¿cómo encuentra las propuestas coreográficas y el nivel de bailarines en el país?
Creo que el Ecuador está en una etapa de riqueza coreográfica, tanto de algunas compañías grandes como de coreógrafos independientes. Lamentablemente, eso muchas veces no persiste porque no hay una red de danzas y la idea de la colectividad es participar en la creación, pero dándole una dinámica en la difusión. Es decir, yendo al encuentro con el público.
Mi profesión me permite observar mucho y las capacidades creadoras en este país son muy ricas. La cultura, la naturaleza, la voluntad humana. Por eso, para mí es importante compartir mi experiencia para ir un poquito más lejos. Y bueno, también porque me he quedado enamorado del Ecuador (risas).
¿Cuál fue el criterio para armar el equipo actual de Paralelo 0?
La calidad, el compromiso, la química, varias cosas. Por el momento están Omar Aguirre y Emilia Benítez (que fue la que tuvo la iniciativa del proyecto aquí en Ecuador), ambos bailarines excepcionales y a los que conozco desde hace algún tiempo. También están Pedro Hurtado y el músico Rodrigo Becerra, además Carolina Eguiguren en la gestión.
¿Y cómo ha resultado hasta el momento esta conjunción de experiencias, esta forma de bailar entre dos mundos?
Para mí la creación de danza solo es posible con lo humano. Lo que es bueno es que estoy en una ósmosis de búsqueda y nos comprendemos bien por el momento. Para mí la danza es una puerta abierta a la imaginación, y yo estoy aquí para eso, para abrir las puertas de la imaginación
¿Qué música ha empleado para sus obras más recientes?
Varias. Para Confi’danse, que es la que interpreta Omar, hay extractos de música clásica e incluso un famoso pasillo interpretado por Julio Jaramillo. Para El secreto de otro lugar no me acuerdo (risas), es que hay muchos extractos, por ejemplo está Pulcinella de Ígor Stravinski.
¿Cuáles son los referentes que alimentan su arte?
¡Todo! Todo lo que pasa alrededor. La calle (y mira a los lados, iluminado, como si las butacas fuesen asientos de un parque), el comportamiento de las personas, Truffaut, James Thierrée, Radiohead, Fela Kutty, las noticias, los pájaros, la fuerza de la naturaleza. Todo ese hormiguero en el espacio natural, ese genial contraste
Por lo general, ¿cómo nacen sus creaciones? ¿A partir de un texto, de un encuentro, de una canción?Esto, desde luego, sin tener que encasillar su arte en una sola forma.
Exacto, no tengo ninguna receta. Por ejemplo, hace 2 años visité el museo de Oswaldo Guayasamín y fue uno de los proyectos que quiero crear. Meter la danza al museo con la circulación del público. Me gusta la idea de trabajar con el patrimonio. Y en ese sentido, la danza no es solo en un teatro sino una relación de la naturaleza con el hombre. Mi próxima creación, por ejemplo, va a ser un montaje de Romeo y Julieta, en Francia, con mi compañía, pero voy a transformarlo. Romeo y Julietano van a ser una pareja de jóvenes sino una pareja de 50 y 60 años, para mostrar también que el amor puede tener cualquier edad y que los códigos han cambiado en nuestra época
Encuentro que —como todo artista legítimo— le gusta romper los moldes y transformar el sentido de las cosas.
Sí. Trabajo mucho con la memoria colectiva para provocar rupturas; el proyecto de Romeo y Julieta es un ejemplo de ello. Me interesa tomar algo de lo que todo mundo tenga alguna referencia y jugar con las escenas, mover los códigos y hacerlo accesible a tal punto que el espectador sea parte activa de la obra
Finalmente, ¿qué le ha dado danza a su vida?
La danza es una puerta directa a la imaginación, me permite hacer lo que yo quiera. Para mí la palabra no logra decirlo todo, incluso con la voz uno puede mentir. Con el cuerpo no
¿El cuerpo no miente?
No. Cada movimiento tiene una clara indicación; puedo sentirlo como un pintor que ha logrado comprender —naturalmente— el misterio de todos los colores.