Cecilia Ansaldo, un diálogo con la crítica a propósito de la obra de Miguel Donoso
En Twitter mencionó la novela Nunca más el mar, de Donoso. ¿Qué significó para usted este texto?
Con esta novela, Miguel regresa al Ecuador a inicios de los ochenta y recoge en ella todo lo que le había inquietado: una acción política, la dialéctica del encerramiento y la escapatoria, el reencuentro con el país. Su personaje se llama X para insistir en la búsqueda de identidad. Es una viva representante de la novela urbana que junto a El rincón de los justos, de Velasco Mackenzie, llamaba la atención sobre lo que desafiaba al habitante de la ciudad.
Como director de talleres de literatura, ¿ cuál cree que fue la influencia de Donoso? ¿Vemos hoy frutos de esa guía?
Vi numerosos casos de participación en sus talleres. La mayoría aceptó una conducción que respetó el decir particular de cada uno y que los ayudó a encontrar su propia voz. Hubo otros que chocaron con su manera de llevar el taller o que no eran escritores para esa forma de trabajo, como Leonardo Valencia. Respecto de los talleres en sí, creo que la verdadera vocación por la escritura triunfa con ellos o sin ellos.
Miguel Donoso tenía un carácter complejo, fuerte, ¿era difícil compaginar criterios con él?
Mi experiencia personal contesta que sí. Tuve algunos choques de criterios con él. Alguna vez discutí su diseño de personajes femeninos inalcanzables, enigmáticos, aquello de que “todas las mujeres son la misma mujer” y su reacción fue adversa. En otra, presenté un libro producto de sus talleres y analicé públicamente los rasgos débiles de algunos cuentos y me quitó el saludo por algunos años. Luego el tiempo mitigó esas reacciones porque volvimos a conversar armónicamente.
¿Cómo podríamos diferenciar al Donoso escritor, del crítico y del director de taller? ¿O se regía por los mismos criterios en estos ámbitos?
No puedo contestar con precisión esta pregunta. Yo tuve testimonios de segunda voz sobre sus actuaciones como conductor de talleres, pero jamás estuve en una sesión conducida por él. Tal vez apoyó con mucha generosidad y fe a sus talleristas, se publicaron libros con nombres de personas que no volvieron jamás a escribir o no salieron de un primer libro. Pero siempre será más fácil referirse a obras del pasado —sus estudios de los autores de la Generación del 30, su apoyo internacional a la obra de Pablo Palacio son valiosísimos— que se ven desde la perspectiva del tiempo, que a las de publicación inmediata a la creación.
El ejercicio de la verdadera crítica se erige como una profesión de riesgo. Luego del ejemplo de Donoso y otros intelectuales, entre los que se encuentra usted misma, ¿cómo encuentra la crítica hoy en día?
La sigo viendo como la labor más dura y difícil de la literatura. El círculo es reducido, somos pocos los que opinamos sobre la literatura y todo el tiempo estamos cayendo en que valoramos las obras de nuestros amigos. O cada escritor es juez y parte dentro de un territorio cruzado por toda clase de emociones. Ahora que hay caminos digitales para decirlo todo, el campo ha dado paso a actitudes y pasionismos desagradables. Todavía tenemos que esperar los trabajos académicos para encontrar mesura, utilización de teoría y herramientas críticas. Yo abogo por un camino intermedio que no olvide al lector común que necesita estímulos para leer la obra nacional.
Los talleres literarios de Donoso ¿estaban abocados más a la lectura, a la escritura de ficción o a la crítica?
Esto debe contestarlo un tallerista, pero por lo que he leído en estos días en palabras de evocación, algunos escritores han recordado obras enteras hechas en los talleres.
Una de las obras de Donoso, Ecuador: identidad o esquizofrenia, lo situó en un espacio de polémica frente a una obra de Jorge Enrique Adoum. ¿De dónde salió esa polémica? ¿De quienes interpretaron las obras o de los mismos textos, por sus postulados?
Ambas obras tocan un tema candente de la realidad nacional como es el regionalismo. No recuerdo mucho la especificidad de sus puntos de vista pero sí que en un acto, en la casona de Guayaquil, a fines de los noventa, los dos autores discutieron armónicamente sus contenidos. Me inclino por creer que la polémica brotó de sus comentaristas.
¿Siguen vivas las propuestas de Donoso, las propuestas a nivel de lenguaje, de la ética del escritor y del crítico?
Naturalmente que siguen vivas. Vivir de una dedicación intelectual, sin coqueteos con gobiernos de turno, ejerciendo una voz crítica es algo muy complicado y Miguel Donoso lo hizo toda su existencia.
A su criterio, ¿cómo manejaba Donoso el humor, la sátira, en su literatura?
Miguel hacía lo que hace el buen humorismo: se reía de sí mismo, satirizaba las viejas actitudes de nuestra sociedad —recuérdese que por su lado materno descendía de linajuda familia—, congeniaba con el espíritu popular y lo recogía muy bien en sus decires, en el habla de sus personajes, en ese ‘muerto’ o ‘cadáver’ desde el que habló en sus últimos años.
Ahora comienzan los homenajes, aunque ya se hizo el año anterior un reconocimiento a su obra.
¿Aún tiene deudas el Ecuador para con Donoso?
Tiene con él la deuda que tiene con muchos de sus escritores: que no lo ha leído lo suficiente. Tal vez algunas de sus novelas resulten demasiado experimentales para el gusto de hoy (Henry Black, Día tras día), pero sus cuentos están muy vivos, sus libros sobre la literatura ecuatoriana deberían apoyar muchas clases de literatura. Si Fondo de Cultura Económica publicó el año pasado sus cuentos completos, ahora es el tiempo de recoger todo lo suyo y ofrecerlo, con las mediaciones debidas, al público.